A menudo podemos ver dos formas de actuación extremas representadas por dos tipos de personas.
Por un lado, tenemos a los que son esencialmente dominados por su mente y han de resolver todo por la fuerza hasta que las cosas salgan correctamente. Son lo que llamamos “personas fuertes” porque acostumbran a ser extremadamente dominantes. Son personas admiradas socialmente porque se las siente “capaces”. Están siempre enfocadas a resolver problemas y su vida es extremadamente estresante, siempre en combate activo. A su lado, los demás acostumbran a decrecer, porque en su afán de resolverlo todo resuelven también lo de los demás y no les permiten experimentar por sí mismos ni equivocarse, en base evidentemente a lo que ellos consideran correcto. Sus hijos normalmente acaban o bien siendo sumisos o personas que están constantemente en guerra porque no les permiten experimentar por sí mismos y se sienten permanentemente contrariados a nivel muy profundo.En el otro extremo están las personas que consideran que todo lo manda Dios o el karma y que sólo hay que aceptar lo que ocurre. La mayoría de estas personas han tenido una gran influencia de la religión, que puso el acento en que todo es obra de Dios, del karma o una simple ilusión y no hay que hacer nada porque todo seguirá su curso. Son los que a menudo dicen aquello de "me ha tocado tal cosa o tal otra" o "qué se le va a hacer, la vida es así". Creen que aplicar su voluntad es algo negativo que contraría la voluntad divina. Sus hijos normalmente son niños que se sienten desprotegidos y dejados a su suerte, sin a menudo sentirse capaces de resolver nada ya que no han podido aprender de un modelo en el que la persona haga frente a lo que ocurre. Creen que no vale la pena luchar y se intentan adaptar una y otra vez a lo que les ocurre sin tener en cuenta su propia voluntad. Otros niños con este tipo de padres se vuelven extremadamente combativos porque sienten que si no lo hacen ellos nadie resolverá nada. A menudo se sienten padres de sus padres, invirtiendo los papeles naturales.
La mayoría de personas se mueven constantemente entre esos dos extremos, forzando unas veces y dejando ir en otros momentos.
¿Y de qué sirve reflexionar sobre todo esto?
Es importante que veamos qué creencias inconscientes nos llevan a actuar así de forma casi automática. Porque recuperar la consciencia en nuestros actos es lo que nos permitirá encontrar el punto justo en cada situación de nuestra vida. La justa aceptación de las cosas que nos suceden sin que ello nos prive de aplicar nuestra voluntad tiene que ver con soltar automatismos que hemos recibido de la cultura y la religión y han hecho mella en nosotros, de manera que nos influyen inconscientemente en nuestros actos y nuestras decisiones. La cultura que hemos recibido no nos influirá hasta el punto de perder nuestra propia voluntad si nos mantenemos atentos a lo que sentimos realmente en nuestro interior ante cada situación que se presenta y aplicamos nuestro propio intelecto sobre la situación sin dejarnos influir por creencias.
¿Qué hay tras estas dos formas de actuar?
Tras la primera forma de manejar la vida está una actitud normalmente poco confiada en las fuerzas espirituales y en la vida misma. Uno cree que todo depende de él. Estas personas buscan siempre perfeccionarse, estar informadas de todo cuanto ocurre, tenerlo todo bajo control y ponen un acento importante en prosperar en la vida, porque ello les da idea de que realmente están controlando lo que ocurre. Necesitan sentirse poderosas. Eso les da una imagen frente a los demás de un cierto materialismo. Es una visión masculina, lo cual va más allá de ser un hombre o una mujer. Si observamos el símbolo de lo masculino, veremos que es un círculo con una flecha que sale hacia fuera, actuando en el exterior. Por ello, el poder es una cualidad típicamente relacionada con los hombres. Lo que se valora tradicionalmente en un hombre es el poder. Pero esto sucede en un plano automático. Si la persona se deja llevar por la cultura irá perdiendo su propia feminidad, su capacidad de aceptar lo que ocurre y de relajarse disfrutando de la vida tal cual. Sólo hay que ver las películas de Hollywood en las que el hombre se dedica exclusivamente a prosperar y acaba perdiendo a su mujer y a su familia. También lo vemos en muchas mujeres que adoptan ese papel tradicionalmente masculino. Representan este arquetipo.
La religión tiene una influencia extrema sobre el segundo grupo de personas al que me he referido. Por eso se las relaciona tradicionalmente con una mayor espiritualidad. Ellas se han empapado de la idea de que una fuerza sobrenatural maneja su vida, ya sea un Dios personal o un karma impersonal y lo que les ocurre es por mandato divino. A menudo viven más relajadas que las primeras y se las considera más espirituales, pero en realidad desconocen quienes son y sus propias capacidades. En general, padecen muchos más problemas de desvalorización y se sienten incapaces de enfrentarse a lo que les ocurre. Muchas tienen la sensación de que no tienen buena suerte. Influidas por las religiones de moda interpretan que están quemando karma en esta vida. Por eso a menudo se relaciona espiritualidad con pobreza o falta de prosperidad. Esta es una visión más femenina en el sentido de receptiva. Si observamos el símbolo de la mujer es un círculo con una cruz debajo, con lo que no hay acción en el exterior. Por eso, lo que la cultura valora en la mujer es la belleza, no el poder. Vemos en Hollywood este papel representado por la mujer sumisa que vive dependiente de encontrar a un hombre que la mantenga. De lo único que se tiene que preocupar es de estar bella y de retener al lado a un hombre poderoso. El canal Divinity está repleto de esas películas. Será por el nombre del canal...
¿Cómo podemos liberarnos de los automatismos?
La posibilidad de ser autoconscientes está en los dos grupos. Está claro que ambos han de llegar a experimentar las dos posibilidades saliendo de la polarización automática. Todos hemos de desarrollar las cualidades activas y receptivas para llegar a ser completos en lugar de "medias naranjas dependientes de que las completen". Las relaciones entre hombres y mujeres serán justas y realmente amorosas cuando se llegue a ese punto.
Siendo capaces de detectar lo que la cultura dejó en nosotros podremos salir de los automatismos y ser nosotros mismos en plenitud, haciéndonos cargo de lo que está realmente bajo nuestra responsabilidad.
Esto llega cuando se comprende que uno tiene su propia voluntad en esta vida, que uno viene a experimentar en base a lo que decida vivir desde su impulso interno. Realizar esta cualidad en la vida depende de darse cuenta de la divinidad en uno mismo. Realmente es así. No es algo externo y la única manera de llegar a darse cuenta de ello es experimentar por uno mismo en lugar de dejarse llevar por las creencias impuestas por las religiones o la cultura.
Aprendiendo a escuchar atentamente qué queremos de verdad seremos capaces de detectar también lo que quieren los demás. En ese nivel de la vida no habrá contradicción, porque esas fuerzas internas siempre están en orden. Este es el plano en el que las relaciones entre las personas y los seres en general se hacen posibles en armonía. Es el nivel del Amor. Uno se sitúa ahí soltando automatismos y escuchando a cada momento su verdadero sentir interno. Despojando a toda creencia impuesta de irracionalidad.
Fotografía de Héctor Ibarra Morata Montilla
Marisa Ferrer
10/11/2017
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