viernes, 3 de marzo de 2017

¿Qué implica confiar en los demás?

Cuando entras en las redes sociales encuentras a menudo comentarios afirmando lo idiotas que son los demás y sugiriendo que se es más inteligente y despierto y que se posee el conocimiento acerca de cómo deberían ser las cosas.
Se utilizan frases como: "sé tu mismo", "escucha a tu propio Ser", "síguete a ti mismo"…
Sin embargo, al encontrarse realmente frente al otro, se le rechaza directamente si no sigue los modelos ideales. Le imponemos nuestra teoría y nos permitimos tratarlo de borrego, idiota, dormido…
La verdad es que viendo esas actitudes te planteas qué tipo de mundo crearían esas personas si tuvieran poder, porque se sienten superiores y creen que tienen potestad para tratar al otro de imbécil. Puedes imaginarlos como padres o parejas realmente difíciles.
Sustenta esa actitud la creencia de que uno nació más dotado en su inteligencia o recursos. Uno tuvo mejor karma por haber sido más bueno en otras vidas y por eso es más inteligente, fue un mejor hijo o estableció una mejor relación con los dioses. Cada religión o ideología nos ofrece un razonamiento de ese tipo que nos permite sentirnos elegidos, incluso salvadores. De esa manera se acaba justificando imponer los puntos de vista. La historia está llena de ejemplos de este tipo de mentalidad. En cada cultura encuentras el camino para sentirte mejor que los demás.
Y a medida que avanza mi vida me doy cuenta de que se trata de una visión distorsionada de los demás. Una visión que nace del interior de uno y se refleja fuera. Lo que veo fuera no es independiente de mi propia identidad sino su reflejo.
¿Cómo sabes que el otro se equivoca en su particular camino? Aunque tu lo percibas como alguien manipulado, ¿cómo sabes que esa experiencia no es la que vino a vivir? Y lo más importante, ¿qué te hace pensar que tú no estás siendo también manipulado? Sorprende que uno no se plantee esa posibilidad.
Incluso en lo que nos parece más evidente, se trata sólo de nuestro punto de vista en base a nuestra experiencia particular.
¿De quién es este mundo? ¿Cuántos mundos hay en este?
Se ha puesto de moda decir: “Éste no es mi mundo”. Se utiliza ese gancho incluso en muchos anuncios. Pero, entonces ¿de quién es? Este mundo es tan mío como de cualquier dios o ideología que se lo quiera apropiar para modelarlo a su gusto. Incluso aunque hubiera sido diseñado por arquitectos del espacio o de cualquier nivel imaginable, lo cierto es que en mi presente este es mi mundo y nadie ni nada tiene potestad para subyugarme. Sé que es así, porque esto habla de mi en esencia, lo único que realmente conozco.
La pregunta de si estamos aquí atrapados es una gran pregunta: ¿vine por mi propia voluntad o fui obligada o engañada para venir y ahora no puedo liberarme?
Si miras lo que se publica en Internet con cierta perspectiva ves paquetes de ideas acerca de este tema que van volando por la red. Son unas cuantas posibilidades con explicaciones acerca del mundo y la gente se las apropia si les encajan. Se identifican y se acomodan en ellas.
Identificarnos con una idea supone un gran alivio ante la incertidumbre vital. Nos ayuda a sentirnos más seguros y protegidos porque le encontramos un sentido a la vida y necesitamos esa sensación. Se siente peligro sin referencias porque se necesita encontrar un sentido a lo que sucede.
Pero desde unas referencias uno va ampliando su horizonte. Llegas a un punto y amplias más allá. En los momentos en que esto se mueve parece que se caiga el propio mundo y saltan las alarmas internas de protección personal. Hasta encontrar un nuevo sentido se siente confusión, porque no se ve el plano total del nuevo nivel de percepción.
Hay que reconocer que siguiendo modelos o patrones la vida es más cómoda. Ya conocemos su sentido y así no tenemos que vivir el vértigo de encajar algo nuevo que no comprendemos. La mayoría de juicios y críticas nacen intentando no moverse de ese punto. Si no fuera así no nos molestaría lo que dice o hace el otro. Darse cuenta de esa molestia sin saltar hasta comprender qué es lo que nos molesta nos permite percibir en qué supone un peligro para mi mundo la presencia del otro. El desprecio y la crítica se hacen desde esa molestia. La paranoia también. Es una alergia que nos impide tener contacto con lo que se rechaza. Ninguna de las dos llevan a la integración.
Por eso, las personas sencillas y tradicionales nos hacen sentir bien. A menudo se las idealiza como casi perfectas. Les damos un valor por encima de los demás, porque vemos coherencia en ellas. Pero me ha ocurrido varias veces en la vida que al convivir con esas personas he ido viendo sus limitaciones y cómo les cuesta ampliar su visión acerca de las cosas, incluyendo nuevas posibilidades que les aportan los demás. En algún momento ellos también se moverán. Sus referencias anteriores no darán sentido a lo nuevo que les ocurra y necesitarán ampliar su perspectiva, cuando lleguen sus ciclos oportunos.
Es incómodo o hasta inquietante escuchar a personas con las que no nos identificamos, así que a menudo no hacemos ni el más mínimo esfuerzo escuchándolas, asumiendo que no van a tener nada que aportar a nuestra vida. Les rechazamos y nos alejamos al máximo posible porque no se está bien allí sin identificar ningún aspecto en común en esa persona.
De manera que en nuestros encuentros con los demás, cada uno protege su idea. Las alarmas internas personales saltan defendiendo nuestra idea a ultranza ante la perspectiva de tener que confiar en que la aportación del otro no es casual.
Discutir crispados no nos lleva a ningún lado, solo aumenta las brechas. Cuando uno debate crispado, en realidad está sucumbiendo a su ideología, creyendo que no tiene nada que escuchar. Para que haya una conversación ha de haber un emisor y un receptor. Si sólo hay emisores no hay comunicación. Se trata de Marte sometiendo a Venus. A menudo esos emisores van levantando la voz hasta llegar a los gritos porque el otro está cada vez más lejos.
Para debatir hay que acercarse, no alejarse. Por eso ninguna imposición resiste el mirarse a los ojos o la sonrisa sincera.
Todos estamos de acuerdo en que está el ambiente social intoxicado en este momento. La manipulación de la sociedad vía noticias, iniciativas de ingeniería social, opiniología constante en los medios... han hecho su trabajo. Y nos molesta que los demás se dejen tomar el pelo, cuando vemos que es evidente que está sucediendo.
¿Es todo esto casual? ¿Cuál es nuestro papel en este momento de la historia?
Incluso en el supuesto de que estemos aquí atrapados en este mundo, algo que en el fondo no sabemos, la batalla de cada uno es interna. Cuando se cree que no es así y que hay que modificar por la fuerza, sucede que un grupo decide por los demás y se carga a cuantos haga falta porque ve "al enemigo" en ellos. ¿Cuántas veces nos ha pasado ya como humanidad? Ves sus razones y siempre implican el despreció hacia el otro: sea persona, animal, planta o mineral.
Tengo claro profundamente que tal camino no va a liberar a nadie.
Es absurdo hablar de seguirse a uno mismo, de seguir el propio camino y después gritarle al otro que despierte y decirle que es un borrego, sugiriéndole en el fondo que te escuche a ti y no a sí mismo. Realmente el borrego eres tu cuando haces eso, porque tienes un pastor que es tu ideal y quieres que sea también el pastor de los demás.
¿Qué nos hace pensar que somos mejores que los demás? Es un pensamiento de una ignorancia abrumadora.
Aunque seamos agudos y brillantes pensadores lo que aportamos siempre es nuestra parte, que no es el total.
Si ejercemos de salvadores sin confianza ni respeto, considerando a los demás un error, nos adentramos en la creencia de que la vida realmente no tiene sentido o hay un enemigo que nos va a machacar. Tenemos a alguien delante pero sólo vemos “a otro” y no somos capaces de ver a la vida a través de sus ojos y aprender lo que nos viene a enseñar. Así tampoco nos liberaremos de nada, porque no estamos conectando con lo más esencial.
Si el otro es un “muerto viviente” sin criterio es un problema para él. El tendrá que librar sus batallas y yo las mías.
En el fondo lo que uno se demuestra en cada experiencia es si la vida tiene sentido. Por eso hablo de confianza.
He encontrado en la vida los seres más disparatados y que más rechazo me provocaban y sin cerrarme a la experiencia del encuentro real han traído grandes revelaciones a mi vida.
A cada avance el sentido se te acaba revelando. Ser conscientes de ello nos permite mantener la confianza cuando parece que todo pierde sentido.
Entiendo a los filósofos cuando dicen: a medida que más sé, me doy cuenta de que no se nada. Nos acabamos dando cuenta de que nos movemos por el mundo ampliando nuestra perspectiva constantemente.
Marisa Ferrer
3 de marzo 2017



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