Leí alguna vez que cuando señalamos algo, un dedo apunta hacia fuera, pero tres apuntan hacia nosotros mismos. Y pasan los días, las semanas, los meses o los años en ese día constante en el que vivimos y lo de los tres dedos se convierte en casi una ley universal. A poco que observemos qué pasa en nuestro universo, tanto externo como interno, encontramos constantemente aplicada “la ley”.
Una vez iba tranquilamente en coche con una amiga y nos reíamos de las tonterías que hace todo el mundo cuando va en coche. Una tras otra, nuestras afiladas mentes iban repasando la lista de errores habituales enlazándolos con perfiles: egoísta, suicida, cegato... En esa especie de balanceo aparentemente saludable que es la crítica, nos reíamos alegremente de todos los molestos que se nos presentan en nuestro quehacer diario al volante.
Al cabo de alrededor de media hora, un guiño de la vida que al menos yo percibí como amoroso nos había puesto frente a situaciones en que fuimos cometiendo todos los errores que habíamos estado criticando tan inconscientemente. En unos pocos minutos, la vida se había ocupado de recordarnos que todos esos perfiles estaban también en nosotras.
Lo que ha ido sucediendo paulatinamente es que me he ido callando. Y me sorprende hasta qué punto, ya que a lo largo de mi vida, la observación crítica del exterior ha sido algo constante, supongo que como para la mayoría. Y digo que me he ido callando porque son muchas menos las veces en que llego a poner en palabras y no digamos en acciones a pensamientos que surgen espontáneamente viendo errores por todas partes sin ver más allá del punto del error.
¿Y ahora qué?
Tuve una gran bendición hace unos cuantos años, que fue acompañar a mis hijas en su entrada en esta vida. Experimentando la amplitud modulada de onda resonante (AMOR) a un nivel que desconocía hasta entonces he ido viendo qué les ayuda y qué no les ayuda en esta vida.
El dedo “detectafallos” es un recurso que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Es imprescindible para avanzar en la vida, especialmente en relación a los demás, tanto en estrategias de lucha como de cooperación. El problema surge cuando no se tiene una de las herramientas principales que naturalmente viene por la vía materna: la autoestima.
Cuando todo el día vamos por ahí con el dedo apuntando a todas partes pero sin autoestima ni suficiente confianza en quien tenemos delante, la vida va sutilmente perdiendo sentido.
¿Cómo surge la autoestima? Surge cuando el amor es incondicional. Cuando sabemos que somos bienvenidos a este mundo y nuestras cualidades son esperadas y valoradas. Surge cuando mamá me ve a mi y ante cualquier problema simplemente me da unos lametazos en la herida y me recuerda que soy amada y valorada y que todo tomará sentido porque vivo en un universo en que todo tiene un propósito que vamos conociendo a medida que nuestra perspectiva se va ampliando.
Se trata de cualidades que nos han transmitido nuestros padres. En esencia, el dedo que detecta fallos se ha relacionado tradicionalmente con el padre. Así, muchas personas tienen padres exigentes que intentan que su hijo haga las cosas lo mejor posible y triunfe al máximo. En la cúspide simbólica de ello tenemos maestros espirituales, militares o entrenadores en cualquier dominio. Una autoridad “masculina” donde la meta siempre es lo más importante, donde la persona nunca se se siente satisfecha con lo presente porque siempre hay algo por lo que luchar. La autoestima de manera natural la hemos relacionado con la madre. Y estoy hablando maternidad y paternidad, más allá de las personas o situaciones concretas que se viven. Va más allá de nuestro papá o nuestra mamá, porque todos nacimos de un espermatozoide y de un óvulo, sea cual sea la situación que hayamos encontrado en este aspecto después de la concepción. Todos tenemos esa parte masculina y femenina integradas en nosotros.
Poseemos la capacidad de enfocar bien nuestro dedo buscando analíticamente dónde está al fallo del sistema, pero también somos capaces de amar incondicionalmente a los demás o a nosotros mismos y de confiar en que todo está bien. Sabremos hasta qué punto lo está cuando nuestra mirada abarque más. Podemos accionar constantemente, siendo coherentes en cuanto a lo que pensamos y decimos. Pero además tenemos la capacidad de amar lo que Es, más allá de cualquier lucha. Mi hija me recordaba hace poco: “cuando te estoy hablando me miras pero yo me doy cuenta de que no me ves a Mi, estás viendo este problema que estoy teniendo”. Pues bien, es cierto, a veces el dedo ante nuestros ojos no nos deja ver al ser que tenemos delante.
Quizá este es el motivo por el que se ha intentado ir reduciendo el papel de la madre en la sociedad, empezando por el gobierno de su propio parto y la lactancia de sus hijos, haciéndole creer que es más acertado leer libros de maternidad que confiar en su propio instinto. Como leí en alguna parte: "A la madre la han sacado de la foto"
Hay un dedo que siempre lo califica todo como ego. Está haciendo estragos a nivel social. Ese dedo impide constantemente ver a los seres que tenemos delante. Enfocar bien el dedo es importante, pero recordemos que la autoestima nos ayuda a dar sentido a nuestra vida y ¿quien tiene ganas de vivir una vida sin sentido?
Autora: Marisa Ferrer Fecha: 5/7/2015
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