Durante mi infancia tenía dos compañeros de juego: mi hermano Santi y mi tío Ángel. Los tres teníamos prácticamente la misma edad: mi hermano era del 61 y mi tío y yo del 62.
Con mi hermano siempre capitaneando trepábamos a todas partes, nadábamos lejos y nos pasábamos la vida encima de los árboles, comiendo fruta a manos llenas. Cuando me daba miedo algún riesgo él me azuzaba para superarlo. Así viví muchas aventuras y aún guardo las cicatrices de muchas de ellas, algunas físicas y otras anímicas, como cuando me caí al agua y tuvieron que rescatarme con una red. Mi hermano vivió siempre experimentando a intensamente la vida y fue el mejor maestro que he tenido con respecto a no dejar que el temor me impida llevar adelante lo que decido.
Con mi hermano siempre capitaneando trepábamos a todas partes, nadábamos lejos y nos pasábamos la vida encima de los árboles, comiendo fruta a manos llenas. Cuando me daba miedo algún riesgo él me azuzaba para superarlo. Así viví muchas aventuras y aún guardo las cicatrices de muchas de ellas, algunas físicas y otras anímicas, como cuando me caí al agua y tuvieron que rescatarme con una red. Mi hermano vivió siempre experimentando a intensamente la vida y fue el mejor maestro que he tenido con respecto a no dejar que el temor me impida llevar adelante lo que decido.
Sentía a Santi como un guerrero valiente y en las noches inciertas y oscuras me iba a dormir con él. Siempre me acogía a su lado.
Una tarde de diciembre aprendí que la vida cambia cuando menos lo esperas. Pensamos que lo que tenemos en el presente estará con nosotros para siempre, pero nunca sabemos lo que tendremos realmente al día siguiente.
Nadie te prepara de verdad para perder a los seres que amas, a los seres que necesitas a tu lado y de los que crees que no vas a poder prescindir jamás. La vida te demuestra que sí es posible, pero transitando un camino muy doloroso que en algún momento dejarás atrás. Perdí a mis dos compañeros, a mi hermano cuando tenía 11 años y a mi tío hace un tiempo.
Aprendí con la muerte de mi hermano que no hay nada que tengamos que controlar, porque cuando llega el momento de que alguien se vaya, simplemente se va, sin que tu puedas evitarlo de ninguna manera.
Mi hermano murió en casa. Ni en moto, ni en bici, ni escalando ni haciendo deportes de aventuras de esos que tanto temen las madres. Se dio un golpe en la nuca y se fue en un instante, con una sonrisa en la boca. Sin sufrir, pero dejando detrás una familia devastada por el dolor.
Nuestra vida ya nunca más fue igual. Se acabaron las risas de mi madre y su pasión por tener siempre la casa llena de amigos y también la seguridad de mi padre. Mi madre tardó muchos años en volver a reír y la pérdida de mi hermano le dejó una herida abierta que es posible que nunca haya llegado a cicatrizar. Mi padre dejó atrás su entusiasmo y su gran espíritu emprendedor y acabó perdiendo su próspero negocio. En realidad, mi hermana pequeña y yo perdimos no sólo a nuestro hermano sino también a nuestros padres en muchos aspectos fundamentales.
Pero, ¿eso es todo? ¿dolor e impotencia? ¿Entonces, a qué venimos a este mundo?
Esta última pregunta no la puedo resolver, pero puedo decir con certeza que lo que soy en este momento, lo que he desarrollado y lo que me ha llevado a niveles inesperados de mi misma tuvo su inicio en ese evento tan terrible de mi vida. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” dice la canción de Serrat. Y es muy cierto. Es triste lo que uno siente, pero no lo es la verdad. Lo que nos acongoja es que no tiene remedio.
Te das cuenta de que es así cuando alguien a quien necesitas muere. La pérdida es más o menos dura en función de tu necesidad y apego hacia lo que pierdes, más que del papel aparente que juegue en tu vida. Depende totalmente del valor real de ese ser para ti. Puedes sentir un gran dolor ante la pérdida de un perro, un gato o un periquito. Una persona cercana vivió un verdadero duelo en su niñez ante la pérdida de una flor.
Y es que estamos acostumbrados a luchar por las cosas y a conquistarlas. Batallamos para que vayan como queremos. Intentamos dominarnos unos a otros o, incluso, a la propia vida, tratando de modelar al máximo nuestra realidad. Se ponen pleitos cuando las cosas no salen como se desea. Se pretende que se pague caro no poder cumplir los objetivos que uno creyó que eran de su propiedad, castigando a quien se interponga en el camino.
Pero luego viene la muerte y ¡zas! Sin solución. Sin vuelta atrás. Y nadie puede entablar ningún pleito con ella.
Por más super-magos que nos creamos, la muerte viene igual y nos arrebata nuestra vida o la de los seres que sentimos imprescindibles. De alguna manera, nos recuerda que nuestra fortaleza no está en nuestra identidad como vivos sino en algún lugar más allá de este mundo.
Unas cuantas noches tras la muerte de mi hermano dormía y soñaba que estaba en algún lugar. De repente, de la misma manera que cortan una película para darte una noticia, en el sueño apareció mi hermano. Su expresión era de una felicidad extraordinaria. Alegría intensa e infinita. Me di cuenta de ello y con los años es lo que más recuerdo: esa expresión tan especial que nunca he visto en personas vivas.
Me dijo: “Me ha costado llegar hasta aquí y he venido sólo para que le des un mensaje a papá”.
Yo le pregunté: “¿por qué te has ido? ¿donde estás?…”
Y él me volvió a repetir: “Es muy difícil para mi estar aquí, por favor dale este mensaje a papá”.
En todo momento mantuvo su dulzura y su expresión de felicidad. Le aseguré que le daría el mensaje a nuestro padre.
Y se fue. Nunca más lo volví a ver, ni en sueños ni en otros planos.
No sabía cómo hablar con mi padre y darle el mensaje. Como dije, mis padres estaban desbordados por el dolor y no hablaban mucho. ¿Cómo inicias una conversación en estas circunstancias y das un mensaje del más allá?
Me fue más fácil comentárselo a mi madre. Ella me dijo: tienes que darle el mensaje a papá. Me consta que es la respuesta a algo que le estaba preguntando a tu hermano.
Unas noches más tarde, estábamos sentados en el sofá mirando la televisión. Se acabaron los programas y mi padre me dijo: “mamá me ha dicho que tienes un mensaje de Santi para mi”. Le transmití el mensaje y mi padre me explicó cuál había sido su pregunta.
Me dijo: “Me ha costado llegar hasta aquí y he venido sólo para que le des un mensaje a papá”.
Yo le pregunté: “¿por qué te has ido? ¿donde estás?…”
Y él me volvió a repetir: “Es muy difícil para mi estar aquí, por favor dale este mensaje a papá”.
En todo momento mantuvo su dulzura y su expresión de felicidad. Le aseguré que le daría el mensaje a nuestro padre.
Y se fue. Nunca más lo volví a ver, ni en sueños ni en otros planos.
No sabía cómo hablar con mi padre y darle el mensaje. Como dije, mis padres estaban desbordados por el dolor y no hablaban mucho. ¿Cómo inicias una conversación en estas circunstancias y das un mensaje del más allá?
Me fue más fácil comentárselo a mi madre. Ella me dijo: tienes que darle el mensaje a papá. Me consta que es la respuesta a algo que le estaba preguntando a tu hermano.
Unas noches más tarde, estábamos sentados en el sofá mirando la televisión. Se acabaron los programas y mi padre me dijo: “mamá me ha dicho que tienes un mensaje de Santi para mi”. Le transmití el mensaje y mi padre me explicó cuál había sido su pregunta.
Nos quedamos en silencio.
En ese momento se acabó la programación diaria de la tele. Antes se hacía una pausa hasta el día siguiente. Al final de la programación decían un fragmento de los evangelios y después ponían el himno de España.
En el momento en que nos quedamos en silencio tomando consciencia del mensaje de mi hermano dijeron el fragmento que mi padre eligió para el funeral de mi hermano. Mi padre ha sido siempre un hombre muy espiritual y cristiano y eligió un fragmento especial para despedir a mi hermano. Ese fue el fragmento que dijeron ese día y en ese momento exacto.
El impacto de la evidencia fue muy fuerte y mi padre y yo lloramos.
Para mi, el tema de la muerte ya nunca más fue igual.
Sé con certeza que lo que creemos respecto a la muerte es falso. Nada se pierde, aunque esa persona o ese ser deje de participar en este juego que llamamos vida. De la misma manera de que cuando mueres en un videojuego lo único que muere es el personaje.
En ese momento se acabó la programación diaria de la tele. Antes se hacía una pausa hasta el día siguiente. Al final de la programación decían un fragmento de los evangelios y después ponían el himno de España.
En el momento en que nos quedamos en silencio tomando consciencia del mensaje de mi hermano dijeron el fragmento que mi padre eligió para el funeral de mi hermano. Mi padre ha sido siempre un hombre muy espiritual y cristiano y eligió un fragmento especial para despedir a mi hermano. Ese fue el fragmento que dijeron ese día y en ese momento exacto.
El impacto de la evidencia fue muy fuerte y mi padre y yo lloramos.
Para mi, el tema de la muerte ya nunca más fue igual.
Sé con certeza que lo que creemos respecto a la muerte es falso. Nada se pierde, aunque esa persona o ese ser deje de participar en este juego que llamamos vida. De la misma manera de que cuando mueres en un videojuego lo único que muere es el personaje.
A estas alturas, no tengo ninguna duda de que mi hermano vino a vivir 12 años exactamente y que me procuró la experiencia más amarga de mi vida, pero sin ella no habría podido comprender mucho de lo que he vivido. Las experiencias que he tenido en cuanto a conciencia se nutren de ese evento sin lugar a dudas. Muchos me perciben como una persona demasiado profunda o que se refiere a planos que les son desconocidos, pero el haber tenido experiencias más allá de la vida hace que veas las cosas de manera muy diferente. No temo a la muerte, pero la respeto y deseo que podamos comprender las cosas sin el dolor que deviene del desconocimiento y la amnesia que padecemos en este mundo.
Marisa Ferrer
8 abril 2017