sábado, 8 de abril de 2017

Ante la pérdida de un ser amado

Durante mi infancia tenía dos compañeros de juego: mi hermano Santi y mi tío Ángel. Los tres teníamos prácticamente la misma edad: mi hermano era del 61 y mi tío y yo del 62.
Con mi hermano siempre capitaneando trepábamos a todas partes, nadábamos lejos y nos pasábamos la vida encima de los árboles, comiendo fruta a manos llenas. Cuando me daba miedo algún riesgo él me azuzaba para superarlo. Así viví muchas aventuras y aún guardo las cicatrices de muchas de ellas, algunas físicas y otras anímicas, como cuando me caí al agua y tuvieron que rescatarme con una red. Mi hermano vivió siempre experimentando a intensamente la vida y fue el mejor maestro que he tenido con respecto a no dejar que el temor me impida llevar adelante lo que decido.
Sentía a Santi como un guerrero valiente y en las noches inciertas y oscuras me iba a dormir con él. Siempre me acogía a su lado.

Una tarde de diciembre aprendí que la vida cambia cuando menos lo esperas. Pensamos que lo que tenemos en el presente estará con nosotros para siempre, pero nunca sabemos lo que tendremos realmente al día siguiente.
Nadie te prepara de verdad para perder a los seres que amas, a los seres que necesitas a tu lado y de los que crees que no vas a poder prescindir jamás. La vida te demuestra que sí es posible, pero transitando un camino muy doloroso que en algún momento dejarás atrás. Perdí a mis dos compañeros, a mi hermano cuando tenía 11 años y a mi tío hace un tiempo.
Aprendí con la muerte de mi hermano que no hay nada que tengamos que controlar, porque cuando llega el momento de que alguien se vaya, simplemente se va, sin que tu puedas evitarlo de ninguna manera.
Mi hermano murió en casa. Ni en moto, ni en bici, ni escalando ni haciendo deportes de aventuras de esos que tanto temen las madres. Se dio un golpe en la nuca y se fue en un instante, con una sonrisa en la boca. Sin sufrir, pero dejando detrás una familia devastada por el dolor.
Nuestra vida ya nunca más fue igual. Se acabaron las risas de mi madre y su pasión por tener siempre la casa llena de amigos y también la seguridad de mi padre. Mi madre tardó muchos años en volver a reír y la pérdida de mi hermano le dejó una herida abierta que es posible que nunca haya llegado a cicatrizar. Mi padre dejó atrás su entusiasmo y su gran espíritu emprendedor y acabó perdiendo su próspero negocio. En realidad, mi hermana pequeña y yo perdimos no sólo a nuestro hermano sino también a nuestros padres en muchos aspectos fundamentales.
Pero, ¿eso es todo? ¿dolor e impotencia? ¿Entonces, a qué venimos a este mundo?
Esta última pregunta no la puedo resolver, pero puedo decir con certeza que lo que soy en este momento, lo que he desarrollado y lo que me ha llevado a niveles inesperados de mi misma tuvo su inicio en ese evento tan terrible de mi vida. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” dice la canción de Serrat. Y es muy cierto. Es triste lo que uno siente, pero no lo es la verdad. Lo que nos acongoja es que no tiene remedio.
Te das cuenta de que es así cuando alguien a quien necesitas muere. La pérdida es más o menos dura en función de tu necesidad y apego hacia lo que pierdes, más que del papel aparente que juegue en tu vida. Depende totalmente del valor real de ese ser para ti. Puedes sentir un gran dolor ante la pérdida de un perro, un gato o un periquito. Una persona cercana vivió un verdadero duelo en su niñez ante la pérdida de una flor.

Y es que estamos acostumbrados a luchar por las cosas y a conquistarlas. Batallamos para que vayan como queremos. Intentamos dominarnos unos a otros o, incluso, a la propia vida, tratando de modelar al máximo nuestra realidad. Se ponen pleitos cuando las cosas no salen como se desea. Se pretende que se pague caro no poder cumplir los objetivos que uno creyó que eran de su propiedad, castigando a quien se interponga en el camino.
Pero luego viene la muerte y ¡zas! Sin solución. Sin vuelta atrás. Y nadie puede entablar ningún pleito con ella.
Por más super-magos que nos creamos, la muerte viene igual y nos arrebata nuestra vida o la de los seres que sentimos imprescindibles. De alguna manera, nos recuerda que nuestra fortaleza no está en nuestra identidad como vivos sino en algún lugar más allá de este mundo.
Unas cuantas noches tras la muerte de mi hermano dormía y soñaba que estaba en algún lugar. De repente, de la misma manera que cortan una película para darte una noticia, en el sueño apareció mi hermano. Su expresión era de una felicidad extraordinaria. Alegría intensa e infinita. Me di cuenta de ello y con los años es lo que más recuerdo: esa expresión tan especial que nunca he visto en personas vivas.
Me dijo: “Me ha costado llegar hasta aquí y he venido sólo para que le des un mensaje a papá”.
Yo le pregunté: “¿por qué te has ido? ¿donde estás?…”
Y él me volvió a repetir: “Es muy difícil para mi estar aquí, por favor dale este mensaje a papá”.
En todo momento mantuvo su dulzura y su expresión de felicidad. Le aseguré que le daría el mensaje a nuestro padre.
Y se fue. Nunca más lo volví a ver, ni en sueños ni en otros planos.
No sabía cómo hablar con mi padre y darle el mensaje. Como dije, mis padres estaban desbordados por el dolor y no hablaban mucho. ¿Cómo inicias una conversación en estas circunstancias y das un mensaje del más allá?
Me fue más fácil comentárselo a mi madre. Ella me dijo: tienes que darle el mensaje a papá. Me consta que es la respuesta a algo que le estaba preguntando a tu hermano.
Unas noches más tarde, estábamos sentados en el sofá mirando la televisión. Se acabaron los programas y mi padre me dijo: “mamá me ha dicho que tienes un mensaje de Santi para mi”. Le transmití el mensaje y mi padre me explicó cuál había sido su pregunta.
Nos quedamos en silencio.
En ese momento se acabó la programación diaria de la tele. Antes se hacía una pausa hasta el día siguiente. Al final de la programación decían un fragmento de los evangelios y después ponían el himno de España.
En el momento en que nos quedamos en silencio tomando consciencia del mensaje de mi hermano dijeron el fragmento que mi padre eligió para el funeral de mi hermano. Mi padre ha sido siempre un hombre muy espiritual y cristiano y eligió un fragmento especial para despedir a mi hermano. Ese fue el fragmento que dijeron ese día y en ese momento exacto.
El impacto de la evidencia fue muy fuerte y mi padre y yo lloramos.
Para mi, el tema de la muerte ya nunca más fue igual.
Sé con certeza que lo que creemos respecto a la muerte es falso. Nada se pierde, aunque esa persona o ese ser deje de participar en este juego que llamamos vida. De la misma manera de que cuando mueres en un videojuego lo único que muere es el personaje.

A estas alturas, no tengo ninguna duda de que mi hermano vino a vivir 12 años exactamente y que me procuró la experiencia más amarga de mi vida, pero sin ella no habría podido comprender mucho de lo que he vivido. Las experiencias que he tenido en cuanto a conciencia se nutren de ese evento sin lugar a dudas. Muchos me perciben como una persona demasiado profunda o que se refiere a planos que les son desconocidos, pero el haber tenido experiencias más allá de la vida hace que veas las cosas de manera muy diferente. No temo a la muerte, pero la respeto y deseo que podamos comprender las cosas sin el dolor que deviene del desconocimiento y la amnesia que padecemos en este mundo.
Marisa Ferrer
8 abril 2017

lunes, 3 de abril de 2017

¿Sabemos realmente lo que damos?

Nos queda claro a todos que para estar en esta vida tenemos que obtener los recursos que nos mantengan vivos y con una calidad de vida suficiente. Si esos recursos no vienen de una situación natal aventajada, nos vemos ante el reto de tener que buscar cómo “ganarnos” la vida, de manera que desde que tenemos una cierta edad nos empezamos a preguntar cual es nuestro lugar en este mundo y qué vinimos a ofrecer.

Una parte de la humanidad, especialmente en occidente, está pasando de una etapa en la que trabajaba para alguien a hacerlo para su propia empresa. De manera que actualmente están surgiendo cientos de webs de negocios online. También vemos decenas de anuncios de cursos o talleres en los que se pretende ayudarnos a tener más paz y gozo en nuestra vida.
Cuando miras una web te das cuenta en seguida de cuando se trata de algo ofrecido desde un genuino conocimiento del tema o simplemente se trata de alguien que vio una oportunidad de negocio y quizá tuvo los recursos para llevarla a cabo.  No tengo ninguna objección moral en contra de ello, pero se tiene que tener claro que el resultado que va a obtener la persona que “compre” ese producto no va a ser de calidad, porque el objetivo que en teoría se fue a buscar no es el que se va a encontrar.
Recuerdo que el pare Basili, que fue ermitaño en Montserrat, me dijo más de una vez que en realidad mucha de la gente que cree que está sanando a los demás los está perjudicando. Él era muy contundente en esta afirmación. Decía literalmente: “todos están obsesionados con dar, dar dar, pero ¡a ver lo que das! Hay mucha gente imponiendo las manos, llamando a su técnica de diferentes maneras (reiki, toque cuántico, imposición de manos...). Pero en realidad no ven ni perciben lo que está sucediendo allí. Simplemente se ofrecen para canalizar a quien sabe qué entidad. A esto se refería especialmente el pare Basili. ¿Cómo sabes a qué entidades estás canalizando? ¿Cómo sabes con certeza que eso le va a beneficiar realmente a la persona que tienes delante? Si impones tu energía al otro, a través de tus manos o tu psique, estás realmente modificando su realidad. Si de verdad quieres ser un transmisor de la energía, un polo receptivo que simplemente transmite la energía de alguna entidad a alguien con un padecimiento, ten conocimiento de la fuente de donde viene esa energía. Si no es así, no conoces lo que se está transmitiendo a través tuyo. A lo largo de la vida he econtrado personas con graves problemas tras “recibir” energía de alguien que le hizo sanación. A veces quedan abiertos portales en estas personas y pierden su integridad, a menudo durante años, hasta que resuelven el problema, si es que lo consiguen. El padre Basili me habló de un chico que acabó lanzándose al vacío en la montaña que era instigado a hacerlo a través de uno de estos portales que había abierto a través de drogas, abriéndose de manera artificial y sin un acompañante experto a mundos para los que todavía no estaba preparado.
Venimos de una educación religiosa que nos ha inculcado que hemos de servir a los demás para ser dignos de estar en este mundo y entiendo que cada uno resuelve esta cuestión como puede. Sin entrar a debatir si es cierto que deba ser así, lo cierto es que para la mayoría se trata de un tema importante que aporta sentido a su vida.
Creemos que es algo que necesitamos buscar, pero si nos obsevamos a nosotros mismos con atención nos daremos cuenta de que en realidad hay muchos temas que hemos trabajado bien y es en esa dirección en la que realmente podremos encontrar una verdadera calidad de vida. Sin embargo, a veces no sabemos ver nuestros puntos fuertes y nos dedicamos a ir a la búsqueda de cualidades o habilidades de las que carecemos. Encontramos fórmulas de “atajos”, vemos posibilidades y nos unimos a ellas con ilusión, olvidándonos de nuestras verdaderas capacidades.
Comparto esta reflexión con ánimo de aportar y no de juzgar. Veo constantemente cursos y talleres de los que por su presentación puedes ver perfectamente que se trata de temas de los que se tiene un conocimiento superficial. A menudo temas que están de moda, por lo que se vio en ellos una oportunidad de ganar dinero. Normalmente se utilizan frases, lemas, ganchos y motivos que se copiaron de otros y que se repiten una y otra vez en muchas webs. I a veces se trata de temas de salud, donde lo que está en juego es el bienestar de una persona.
Si de verdad queremos ser independientes, ¿por qué no buscar mejor entre lo que hemos trabajado bien en la vida? ¡Seguro que lo encontramos! Tengo la certeza de que todos somos realmente buenos en ciertos temas.  Reflexionemos acerca de ello, afinemos y cuando lo encontremos, seamos creativos buscando cómo llevarlo a cabo de manera que sea valorado y nos permita procurarnos una vida digna, en un intercambio sano con los demás.

Eso nos dará la fortaleza suficiente como para no ser pasto de entidades que se aprovechan de nosotros: técnicas con copyright por cuyo aprendizaje nos cobran montones de dinero, nuevas terapias, nuevos oficios de aprendizaje rápido… No estoy diciendo que todo eso no se estudie si se desea hacerlo, ya que siempre podemos aprender de todo. Pero creer que realmente estamos ayudando a los demás sin saber bien lo que hacemos es un asunto muy diferente. Llevo ya casi 40 años en el universo de la salud y he podido verlo una y otra vez. Personas que inician un tema tras otro, en un estado de competición intensa y constante para colocarse en el mercado. Está claro que cada persona que acude a ellas no lo hace por casualidad y seguramente debe necesitar esa experiencia antes de encontrar lo que realmente busca. Sólo hablo de ello para tomar conciencia del tema. Si gobernamos nuestra compulsión por dar antes de actuar y nos aseguramos de que la acción nazca realmente de una certeza podremos saber que lo que estamos ofreciendo es genuino.
La sabiduría que hemos recibido de nuestros antepasados por vía directa nos enseña que hay etapas en las que uno es aprendiz antes de ser maestro, comprobando en sí mismo lo que va a ofrecer. De la misma manera que hay que cultivar bien un jardín para que nos de flores y frutos, necesitamos trabajar cada terreno que pisamos sin prisa, experimentando cada paso. Como todos hemos podido comprobar, el camino que se hace apresuradamente es más largo al final.
Te sugiero que no des nada que no conozcas bien. Sé humilde y valiente en eso si de verdad quieres acompañar al otro hacia el encuentro consigo mismo.
Marisa Ferrer
3 abril 2017