domingo, 17 de enero de 2016

Mi amigo gorrión

En el año 92 estuve un verano trabajando en el camping de unos amigos.
Un día entró un gorrión en el recinto donde transcurría mi quehacer laboral y se estrelló contra el cristal. Me acerqué y lo recogí intentando asustarlo lo menos posible. Me lo llevé a mi hogar-caravana. Le di un poquito de pan mojado en agua y el gorrión se fue quedando tranquilo y recuperando. Se quedó a vivir conmigo durante unos días.
Fue una experiencia muy intensa porque experimenté y comprendí cosas que nunca me había planteado. Una de ellas fue que la relación con un ave no es diferente a con un perrito o un gatito. Con los años me he dado cuenta de que a un nivel profundo es lo mismo con un árbol, con una planta, con un pez... Simplemente son lenguajes diferentes.
Llevaba al gorrión conmigo a dar paseos posado sobre mi hombro. Hablaba con él en muchos momentos y me acompañaba a todas partes. Cuando alguien se acercaba el gorrión permanecía en mi hombro y no se dejaba tocar, a excepción de mi amigo propietario del cámping, que tenía el privilegio de recibir también tan simpático huésped en su hombro cuando nos encontrábamos.
Me daba cuenta de que el gorrión tendría que partir. Un día salimos a dar un paseo y lo posé sobre mi mano diciéndole algo como: venga, vuela, sigue tu camino! Y él así lo hizo y se fue volando.
A pesar de que sabía que así había de ser quedé muy entristecida, sintiendo la pérdida intensamente, echando de menos su compañía.
Pasaron los días y llegó mi cumpleaños. Fui a trabajar como todos los días y  de repente apareció el gorrión volando. Se acercó a mi y se puso sobre mi hombro. Yo lo acaricié y le dije que era el mejor regalo de cumpleaños de mi vida. Se quedó unos momentos conmigo y después volvió a salir volando. Me di cuenta, como en otras ocasiones, de que la pérdida en realidad no existe.
Autora:  Marisa Ferrer  Fecha: 17/1/2016

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