jueves, 25 de junio de 2015

Me perdí y Me encontré


Cuando todos los caminos se han perdido, el Camino se abre paso claramente
Ursula Le Guin

Hace más de 20 años participé en un encuentro de yoga en Bonn, Alemania.
No tenía ni idea de dónde se encontraba ubicado el hotel donde se realizaba el evento, ya que me habían llevado unos amigos en coche y habíamos ido charlando alegremente todo el viaje. Aunque sí me fijé en el nombre de la montaña: Venusberg, la montaña de Venus.
Me propusieron visitar la casa natal de Beethoven. La música de este autor es de las que más he escuchado en mi vida, así que me animé en seguida a visitar su casa y hacerme una idea del ambiente en el que vivió.
Aparcamos lejos, como a media hora, con la intención de caminar un rato por Bonn. Visitamos la casa y al salir tomamos otro camino, para poder conocer otra zona de la ciudad. En un momento dado, pasamos por una tienda y vi en el escaparate un objeto que me llamó mucho la atención. Comenté que si no fuéramos en grupo entraría a preguntar acerca de ese objeto. Un amigo me dijo: entra y te espero en la puerta. Sus palabras me animaron a hacerlo y entré, pero cuando salí no había nadie esperándome.
Recuerdo muy bien lo que sentí:
“Estás perdida en medio de Europa, no hablas nada de alemán, tampoco inglés, no tienes dinero (habíamos ido en grupo y alguien pagó la entrada de todos), ni direcciones, ni siquiera tu dni (documento de identidad)”
En esa época no había móviles o yo no tenía ninguno. Tampoco sabía donde estaba el hotel. No había nadie a quien llamar y preguntar en ningún lugar. Los amigos con los que fui estaban en el hotel.
¿Qué hacer? Pensé en varias posibilidades:
Entrar en pánico: “Descartado inmediatamente como opción peor a cualquier otra.
Esperar: “No es mi estilo y no creo que se den cuenta porque vamos en varios coches. Igual no se enteran hasta la noche”.
Ir a la policía: “Qué mal rollo”.
Tomar un taxi y que me lleve a la colina de Venus: “Voy sin dinero ni nada, no hablo el idioma, así que como le explico mi situación y en caso de que lo encontráramos tendría que entrar en el hotel y hacer esperar al taxista, buff… suponiendo que encontremos el hotel, bla bla bla”
Me siento a llorar amargamente: “Y después de llorar, ¿qué?”
Empiezo a andar. En cuanto apareció este pensamiento empecé a andar, dándome cuenta de que era lo que realmente quería hacer en aquella situación, aunque pareciera delirante y absurdo.
Me puse a andar. Sin preferencias. Había perdido totalmente el camino así que no tenía referencias de ningún tipo.
Al llegar a la esquina, apareció un olor a croissant por la derecha. Como me daba igual, fui hacia allí, ya que olía bien. Otra esquina, el 9 en la puerta, que es el número reducido de mi fecha de nacimiento. Pues hacia allí giré. Otra encrucijada, flores preciosas en un balcón, pues giro otra vez… Nombres, animales, olores… Así seguí.
En ese punto de la historia empezó a pasar algo interesante que indudablemente marcó un antes y un después sutil en mi vida. Empecé a darme cuenta de que me estaba guiando a mi misma y llegaría a buen destino. Paulatinamente fui comprendiendo lo acertado de mi impulso inicial de empezar a andar y la certeza de que esa experiencia me permitiría la entrada a una nueva dimensión del sentido de la vida. Suponía un salto cuántico, la comprensión de una verdad mayor que abarcaba a las anteriores. Me habían pasado situaciones parecidas en la vida, pero la contundencia con la que se presentó esta vez fue tal que me removió profundamente.
Poco a poco, la certeza fue inundándome de alegría profunda, infinita. Me sentía guiada. Miedos anteriores incrustados se iban disolviendo de igual manera que el sol del amanecer va deshaciendo las nubes. Un paquete de información impresionante iba llegando mientras andaba. Entendía que hay que perder el camino para encontrarlo. No te dejas guiar mientras tienes referencias que te hacen preferir caminos.
En pleno entusiasmo, como un guiño extra de la vida encontré a dos jóvenes, hijos de una amiga que estaba en el encuentro de yoga. Me dijeron que mi amigo les había encargado esperarme en la puerta de la tienda para llevarme, pero no me habían visto y se habían desorientado. Realmente no tenían ni idea de dónde estaban los coches. Les dije: “no hay problema, sé donde voy, seguidme”.
Así seguimos andando un rato, con la certeza absoluta de que llegaríamos a buen puerto. Ni una sombra de duda.
Al cabo de unos minutos, allí estaban mis amigos en sus coches esperándome. Al entrar en el aparcamiento se habían dado cuenta de que faltaba yo y estaban decidiendo qué hacían. En realidad, tan acertado fue el camino que tomé que sólo llegué unos minutos después que ellos.
Me perdí y Me encontré.


Autor: Marisa Ferrer Fecha: 25/06/2015