Estamos transitando unos tiempos en los que lo terapéutico ha dejado de ser algo dominado por un pequeño grupo de personas y el conocimiento tanto del saber ancestral como de los descubrimientos actuales ha tenido la oportunidad de llegar a la mayoría de personas.
En esta sociedad y también en las del pasado encontramos terapeutas con capacidad para acompañar de verdad. Personas que han centrado su atención en lo que ocurre a la persona y los demás han puesto paulatinamente en sus manos su salud. Al mismo tiempo, encontramos personas que han adquirido conocimiento, ya sea en universidades, en cursos o en libros que se otorgan a si mismas el título de terapeutas o expertas pero es poco el conocimiento que ha sido realmente batallado y convertido en propio. Lo vemos especialmente en el mundo médico pero cada vez más también en el mundo terapéutico. Recuerdo que cuando era pequeña los curanderos que conocía eran personas muy sabias. Lo mismo ocurría en los saberes que ahora llamamos esotéricos: astrólogos, cabalistas, estudiosos de la historia que no se cuenta, de los mundos ocultos… Eran personas que habían tomado realmente en sus manos ese conocimiento, con la pasión propia del que realmente siente una llamada interna hacia ese estudio.
En su proceso de individuación, la persona se da cuenta de que sus procesos, tanto físicos como psíquicos son propios y puede acompañarlos e incluso transformarlos trabajándose a si misma, soltando la creencia inculcada de que lo que le ocurre es casual y comprendiendo que todo es manifestación de eventos que se han dado en otro momento que ha vivido de una determinada manera. Observa una y otra vez lo que pasa en su psique y en su cuerpo y deja de pasarle inadvertido que todo se inicia en ella misma, en sus propias reacciones y que cada expresión física o psíquica tiene que ver con decisiones, reacciones, elecciones…
En este punto en que tanta gente está haciendo propia su realidad son muchos los que sienten una llamada a ejercer como terapeutas. A medida que uno empieza a estudiar lo terapéutico va adquiriendo conocimiento, yendo a cursos, leyendo, escuchando a otros… En la medida en que esa persona se escuche a si misma y lo aplique, ese conocimiento se va integrando, se va haciendo propio y podemos ver que esa persona va ganando en sabiduría. En ese tránsito hacia el saber, comete cientos de errores. No puede ser de otra forma (aunque es posible que sí pueda serlo pero aún no hayamos llegado a ello) porque es a través de la experiencia como vamos haciendo propio el conocimiento.
Es interesante ver cómo caemos en la contradicción de querer hacer propia nuestra salud y a la vez desear tomar en nuestras manos la salud de los demás. Así, muchos terapeutas se sienten influenciados por sus consultantes y hablan de malas energías o personas cansinas hasta que se dan cuenta de que ese cansancio o negatividad también les está hablando de aspectos propios que piden ser trabajados e integrados.
Miramos a nuestro alrededor y encontramos cientos de médicos y terapeutas. Y tanto en un caso como en otro en el fondo lo que nos interesa comprender es su grado de sabiduría. Cuánto de ese conocimiento adquirido al precio que sea (oficial, universitario, leído) ha hecho propio esa persona. Es su grado de sabiduría lo que va a determinar si realmente esa persona nos va a poder ayudar. Aunque posea toneladas de conocimiento nada se va a mover en nosotros porque difícilmente nada va a ocurrir si la persona no tiene mucho que aportar porque no ha tomado su propia vida en sus manos. Si algo ocurre va a a ser a partir de nosotros, porque de cualquier experiencia se puede extraer sabiduría.
Aunque las personas nos hablen de conocimiento, aunque escriban cientos de artículos y libros, den clase en universidades y conferencias, tengan webs con miles de seguidores, lo que transmitan de verdad será en base a su experiencia, a la rapidez como en su vida han hecho propio el conocimiento y han comprendido la verdad tras él. Y eso se puede dar tanto en una persona joven como anciana. Hay personas jóvenes que son sabios andantes, que pasan por nuestro lado y podemos ver todo lo que transmiten, especialmente en sus ojos y su sonrisa, pero también a menudo en sus palabras. No necesariamente son terapeutas o expertas en algo, puedes encontrarlas en cualquier ámbito de la vida.
Nuestra vida es nuestro mensaje. Cuánto de ese conocimiento hemos sido capaces de transformar en sabiduría se ve en nuestra vida. Observemos cómo vive una persona, cómo lleva sus asuntos, cómo se relaciona y nos daremos cuenta rápidamente de cómo está manejando su vida, sabremos cuánto de lo que le sucede ha tomado ya en sus manos y se está haciendo cargo de ello.
Si no podemos observar su vida porque no la conocemos, podemos observar sus palabras, lo que transmite, cómo se relaciona con los demás y lo más importante, su grado de escucha. Porque la sabiduría se da en nuestras vidas cuando escuchamos. Cuando hablamos sólo hacemos propia y real nuestra conversación en la medida en que nos escuchamos. Es cuando ocurre la magia y nuestras palabras son capaces de mover montañas. Es cuando ocurre la terapia.
En la tradición ayurvédica se nos recomienda rodearnos de personas sabias. Por suerte, el planeta está lleno de ellas, de todas edades y procedencias. ¡Y qué gran verdad encontramos en tal consejo! He tenido a personas enormemente íntegras y sabias a mi lado, de varias tradiciones, procedencias e, incluso, propósitos vitales y el agradecimiento que siento no tiene límites. Cada gramo de sabiduría que han compartido conmigo es valorado como mi tesoro más grande en esta vida y tomo en mis manos el compromiso de relacionarme sabiamente con los demás en todos los ámbitos de mi vida y ofrecerles lo mejor de mi misma en mi tránsito por este planeta.
Sigamos caminando, sigamos escuchando.
Autora: Marisa Ferrer Fecha: 27/4/2015En esta sociedad y también en las del pasado encontramos terapeutas con capacidad para acompañar de verdad. Personas que han centrado su atención en lo que ocurre a la persona y los demás han puesto paulatinamente en sus manos su salud. Al mismo tiempo, encontramos personas que han adquirido conocimiento, ya sea en universidades, en cursos o en libros que se otorgan a si mismas el título de terapeutas o expertas pero es poco el conocimiento que ha sido realmente batallado y convertido en propio. Lo vemos especialmente en el mundo médico pero cada vez más también en el mundo terapéutico. Recuerdo que cuando era pequeña los curanderos que conocía eran personas muy sabias. Lo mismo ocurría en los saberes que ahora llamamos esotéricos: astrólogos, cabalistas, estudiosos de la historia que no se cuenta, de los mundos ocultos… Eran personas que habían tomado realmente en sus manos ese conocimiento, con la pasión propia del que realmente siente una llamada interna hacia ese estudio.
En su proceso de individuación, la persona se da cuenta de que sus procesos, tanto físicos como psíquicos son propios y puede acompañarlos e incluso transformarlos trabajándose a si misma, soltando la creencia inculcada de que lo que le ocurre es casual y comprendiendo que todo es manifestación de eventos que se han dado en otro momento que ha vivido de una determinada manera. Observa una y otra vez lo que pasa en su psique y en su cuerpo y deja de pasarle inadvertido que todo se inicia en ella misma, en sus propias reacciones y que cada expresión física o psíquica tiene que ver con decisiones, reacciones, elecciones…
En este punto en que tanta gente está haciendo propia su realidad son muchos los que sienten una llamada a ejercer como terapeutas. A medida que uno empieza a estudiar lo terapéutico va adquiriendo conocimiento, yendo a cursos, leyendo, escuchando a otros… En la medida en que esa persona se escuche a si misma y lo aplique, ese conocimiento se va integrando, se va haciendo propio y podemos ver que esa persona va ganando en sabiduría. En ese tránsito hacia el saber, comete cientos de errores. No puede ser de otra forma (aunque es posible que sí pueda serlo pero aún no hayamos llegado a ello) porque es a través de la experiencia como vamos haciendo propio el conocimiento.
Es interesante ver cómo caemos en la contradicción de querer hacer propia nuestra salud y a la vez desear tomar en nuestras manos la salud de los demás. Así, muchos terapeutas se sienten influenciados por sus consultantes y hablan de malas energías o personas cansinas hasta que se dan cuenta de que ese cansancio o negatividad también les está hablando de aspectos propios que piden ser trabajados e integrados.
Miramos a nuestro alrededor y encontramos cientos de médicos y terapeutas. Y tanto en un caso como en otro en el fondo lo que nos interesa comprender es su grado de sabiduría. Cuánto de ese conocimiento adquirido al precio que sea (oficial, universitario, leído) ha hecho propio esa persona. Es su grado de sabiduría lo que va a determinar si realmente esa persona nos va a poder ayudar. Aunque posea toneladas de conocimiento nada se va a mover en nosotros porque difícilmente nada va a ocurrir si la persona no tiene mucho que aportar porque no ha tomado su propia vida en sus manos. Si algo ocurre va a a ser a partir de nosotros, porque de cualquier experiencia se puede extraer sabiduría.
Aunque las personas nos hablen de conocimiento, aunque escriban cientos de artículos y libros, den clase en universidades y conferencias, tengan webs con miles de seguidores, lo que transmitan de verdad será en base a su experiencia, a la rapidez como en su vida han hecho propio el conocimiento y han comprendido la verdad tras él. Y eso se puede dar tanto en una persona joven como anciana. Hay personas jóvenes que son sabios andantes, que pasan por nuestro lado y podemos ver todo lo que transmiten, especialmente en sus ojos y su sonrisa, pero también a menudo en sus palabras. No necesariamente son terapeutas o expertas en algo, puedes encontrarlas en cualquier ámbito de la vida.
Nuestra vida es nuestro mensaje. Cuánto de ese conocimiento hemos sido capaces de transformar en sabiduría se ve en nuestra vida. Observemos cómo vive una persona, cómo lleva sus asuntos, cómo se relaciona y nos daremos cuenta rápidamente de cómo está manejando su vida, sabremos cuánto de lo que le sucede ha tomado ya en sus manos y se está haciendo cargo de ello.
Si no podemos observar su vida porque no la conocemos, podemos observar sus palabras, lo que transmite, cómo se relaciona con los demás y lo más importante, su grado de escucha. Porque la sabiduría se da en nuestras vidas cuando escuchamos. Cuando hablamos sólo hacemos propia y real nuestra conversación en la medida en que nos escuchamos. Es cuando ocurre la magia y nuestras palabras son capaces de mover montañas. Es cuando ocurre la terapia.
En la tradición ayurvédica se nos recomienda rodearnos de personas sabias. Por suerte, el planeta está lleno de ellas, de todas edades y procedencias. ¡Y qué gran verdad encontramos en tal consejo! He tenido a personas enormemente íntegras y sabias a mi lado, de varias tradiciones, procedencias e, incluso, propósitos vitales y el agradecimiento que siento no tiene límites. Cada gramo de sabiduría que han compartido conmigo es valorado como mi tesoro más grande en esta vida y tomo en mis manos el compromiso de relacionarme sabiamente con los demás en todos los ámbitos de mi vida y ofrecerles lo mejor de mi misma en mi tránsito por este planeta.
Sigamos caminando, sigamos escuchando.
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